miércoles, 17 de febrero de 2010

tengo miedos, esta mal?

Le tengo miedo al once, a constitucion, a las cucarachas.
A los chicos que aspiran poxi en las plazas.
A las motos que pasan fuerte cerca de la vereda.
No me gusta llevar una cartera chiquita, siento que me olvido cosas importantes.
Le tengo miedo a la soledad, al olvido...
pero lo que mas me cuesta explicar es que yo le temo a a lo mismo que las demás, yo no quiero sufrir.


Las mujeres soñamos despiertas gran parte del día; tomamos una porción de la inminente rutina y construimos una historia en la que todo funciona de maravillas. Siempre sentí que si seguía fantaseando con tanta dedicación, terminaría borrando el límite entre la ficción y mi empañada realidad; y en ese momento, el chico que me gustaba vendría a preguntarme la hora, y yo, emocionada hasta las lágrimas, le diría: "Sí, quiero".

Hay algunos momentos en los que llorar es humillante, ridículo, pesado, patético, y sin embargo, los ojos se nos mojan con lágrimas suicidas, que amenazan con saltar del precipicio sin paracaídas. Siempre que intenté retenerlas, sólo logré poner en evidencia el bochornoso esfuerzo que hacía para contener mi desbordante femineidad herida, y desperté la sospecha de que quizás este mundo era demasiado áspero para mí.

Cada vez que terminaba una relación me incomodaba el mismo temor, el miedo de haber dejado ir a alguien que quizás no era perfecto para mí, pero que no era tan malo después de todo... Siempre pensaba lo mismo: ¿Y si eso era lo mejor que me iba a pasar? ¿Y si esa era la cresta de la ola, el pico de mi vida amorosa? ¿Cómo saber si había un destino mejor para mí?

En general, encarnamos el miedo a la soledad en la imágen de una vieja solterona recluída en una pocilga suburbana, rodeada de gatos gordos y melosos, entregada al ocio degenerativo, aislada del mundo y del jabón, mirando televisión encallada en un pulgoso sillón. Siempre tuve miedo de terminar mi vida sola, y de que esa soledad no fuera una elección, sino una serie de tropiezos que al acumularse se hubiesen convertido en en hábitos, y de hábitos, que al hacinarse, hubieran sellado mi destino.

No importa la ocasión. Una fiesta, una presentación, un viaje, sexo ocasional, un reencuentro, una cita a ciegas, una reunión de ex alumnos, una salida con amigas, un asado con pileta, un casamiento, una clase de gimnasia, un rollo de fotos recién revelado, unas vacaciones en la playa, la primer cena con los padres de tu pareja. Siempre sentí la misma angustia ante la posibilidad de no gustar, de no ser lo suficientemente atractiva, de ser la menos bonita del grupo, de ser simplemente fea.

1 comentario:

  1. Para mi en cualquier tipo de ocasion o encuentro sos siempre la misma linda Julieta!!!

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