lunes, 27 de julio de 2009

mosquitas muerrrrrtas


Yo puedo distinguir el aleteo de una mosquita muerta incluso en la noche más sonora. Puedo ver la empresa detrás la amiga contínua; puedo adivinar las intenciones de un mail casual, puedo ver a la zorra entrando al gallinero. Son tan evidentes sus torpes artimañas. No hay misterio para mí; son todas igualmente obvias.
Las mujeres conocemos el oficio de ser mujer. Antes de que una mosquita empiece a hablar ya sabemos qué está buscando. No importa cuanto quieran disuadirnos: que tiene novio, que es mi amiga, que vive lejos, que es lesbiana. Nosotras lo sabemos. No son celos, brujería ni paranoia. Podemos ver sus asaltos evidentes detrás de sus protocolos delicados, la sensualidad de sus preguntas idiotas, las astillas de su mirada inocente y la premeditación de sus encuentros callejeros. Cada género conoce, a su manera, los vicios de su propio género. Una puede engañar a un hombre con lágrimas y rubor, pero tendrá que trabajar muy duro para engañar a otra mujer.
El caso inverso es igualmente predecible: un compañero de facultad –por ejemplo- se hace muy amigo de una chica. La pasa a buscar, le presta los apuntes y le regala libros de poemas. Su novio, precavido, mira los avances del muchacho (que se acerca como una ola que moja la orilla) y le dice a la chica: “María, ese tipo te quiere coger”. La novia, indignada, se ofende hasta el portazo, pero un par de meses después, confirma las sospechas entre fotocopias y resaltadores.


yo no soy ninguna tarada...
solo que a veces me hago para no levantar sospechas.

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