En algunas sesiones con mi psicologo lloro mucho...pero mucho mucho mucho. Tanto que cuando cruzo la entrada los dos porteros que siempre están ahí chusmeando de fútbol se quedan callados por mi cara deforme y me miran con lástima (no saben que es para mejor). A veces se animan y preguntan si estoy bien. En esos momentos siento que los porteros me cuidan.
Uno de los dos es muy simpático y me llama "Niña", él es mi preferido. Cada lunes, cada miércoles, nos miramos a los ojos dos veces: la primera ajenos, un simple buen día; la segunda más cariñosos, cómplices de la transformación por la que estoy pasando.
Hoy no lloré mucho porque entendí un mecanismo que estaba enmarañado hace tiempo (no se como paso... pero despues de llorar tanto me di cuenta de que estoy FELIZ). Vi los hilos y ahora puedo ir a donde quiero, dejé de ser una marioneta que no entiende quién la mueve. En el ascensor me reí sola y orgullosa de mí misma.
Supongo que esa sonrisa se quedó en mi cara cuando salí y me crucé con mi preferido que estaba regando las plantas. Sólo me caían unas lágrimas (quizás eran de felicidad). Levanté la mano y buenos días; adiós, Niña me contestó y lo contagió mi sonrisa como a un espejo.
A los pocos pasos: ch, ch, ch, ¡Niña! Frené en seco, giré y me acerqué sin rarezas, como los chicos se acercan a sus familiares. ¡Ahí está! y apuntándome con un dedo me agrandó los ojos. Parecía alguien que acaba de descubrir un truco de magia: ¡Ahí está! ¿Ahí está, qué?, pensé y él me contestó al instante: Ahí está la sonrisa que quería conocer.